La observación de las variadas facetas del
comportamiento humano y del accionar de las personas en su cotidianeidad es mi
principal fuente de inspiración en la creación de estas esculturas de pequeño
formato.
Me atrae poner en evidencia aspectos que,
muchas veces, guardamos para nuestra intimidad (miedos, inseguridades,
debilidades, permeabilidades). “Satirizar” las actitudes físicas y las
emociones que se revelan al intentar alcanzar algo percibido como lejano o
inaccesible, al realizar acciones –aparentemente – difíciles o al pretender
hacernos entender.
Cuando era chico me atraía mucho observar a
la gente. Sus movimientos, gestos, costumbres. Al ser tímido e introvertido,
esta actividad se volvía casi la única forma de contacto con el otro; mirarlo.
A manera de inventario mental apuntaba las
características y rasgos observados en diversos integrantes del barrio, de la
ciudad. Colectiveros, mozos, policías, doctores, jubilados en las plazas,
compañeros del colegio.
Ya de adulto, mis inquietudes y necesidades
expresivas me llevaron a asistir, entre otros, a talleres de pintura, teatro,
trabajo corporal, meditación. La libertad en el proceso creativo, el desarrollo
del hemisferio cerebral derecho y la importancia del momento presente, fueron
nociones y experiencias transitadas en estos espacios que, con el cuerpo humano
como faro, nutrieron mi camino en las artes visuales.
Aquellas primeras figuras, inicialmente
pintadas, empezaron a transformarse en relieves y esculturas, cambiando su
impronta neoexpresionista por un volumétrico realismo o suerte de trompe-l’œil
tridimensional. Sin embargo, ellas se seguían mostrando casi siempre en
relación con el bastidor, saliendo o entrando en él e interviniéndolo de alguna
manera.
Hasta que un día, estos personajes dejaron
de preocuparse por “ser uno con“(el bastidor/la tela) cambiando de actitud y de
escala. Como si aquel niño atento volviese a querer relacionarse con y mediante
lo observado. Me dirigí entonces hacia la búsqueda de la expresividad, ya no
solo de aquellos variopintos seres de la vida cotidiana, sino también del ser
humano en un sentido universal manifestándose en cuerpos que proponen, desde su
desproporcionalidad y destellos hiperrealistas una -parafraseando a Carlos
Castaneda- “realidad no ordinaria”. Una otra realidad más lúdica, más
grotescamente expresiva.
“El cuerpo no miente”, solía decir mi
maestro de teatro Carlos Gandolfo y precisaba: “La cabeza puede engañar,
mentir, especular, en cambio el cuerpo es más sincero; no miente.”
Las cabezas de mis criaturas son muy
pequeñas, como si tendieran a desaparecer para enfatizar las máximas tensiones
en sus posturas y extremidades.
Más emocionales que cerebrales, ellas se
expresan mediante sus esfuerzos físicos como pueden. Exhibiéndose sin pudor,
generan, tal vez con marcada ingenuidad, un espejo en el cual pueda el
espectador mirarse/pensarse a sí mismo (y a los otros) en el reflejo de lo
absurdo, de lo imposible, de lo sencillamente humano.
Gerardo Feldstein
2021